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A ver, ayer me quedé contándote mi vida por el año 2003 y siguientes. Se trata de que, en la nueva empresa, ya nos profesionalizamos cada uno en su sector. Uno era director general, otro director financiero (yo) y otro director comercial. Parece que sea una tontería lo de los títulos, pero la gente lo respeta. Yo por mi parte tardé más de un año en dar una tarjeta de visita porque ponía mi cargo (vergüenza, jiji).

 

Como dije ayer, las cosas iban fenomenal, crecíamos a un ritmo trepidante y nos complicábamos la vida con muchos proyectos para crecer tanto horizontal como verticalmente.

 

Pero todo viaje tiene su fin. Al funcionar tan bien y tener tan buenas condiciones laborales (digo el equipo de dirección), empezó a venir gente de la “familia”, es decir, familiares cercanos del accionista mayoritario que hasta eses momento trabajaban en otras empresas y que se sintieron atraídos por el destello de luz.

 

A partir de ese momento, la inercia cambió. Lo que antes lo empujábamos tres personas, ahora lo hacíamos cuatro.

 

Pero en dos direcciones diferentes.

 

Ya no había simbiosis, ya no había proyecto común. Parecía que, si te esforzabas mucho, los resultados se los llevara la “familia”.

 

Pero además la presión subió de forma exagerada. Como decíamos en ‘petit comite’: había más jefes que indios.

 

Se empezó a ver que para determinadas personas se “creaba” un cargo que antes no existía.

 

Impensable.

 

Y me quemé.

 

Cada día que iba a trabajar era un suplicio. Solo tenia ganas de acabar, de irme.

 

Hasta que decidí emprender. Que locura ¡¡¡¡¡

 

Pues bien, unos años después, me siento feliz, mantengo las acciones de la empresa (que me dan sus buenos dividendos) y me dedico a lo que me gusta.

 

Si, parece mentira, pero la protección de datos me gusta. Y además te recomiendo mi consultoría.

 

 

Protección de Datos para empresarios y emprendedores -5 trabajadores: 174€ / año

 

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